“La Costanera está llena de delincuentes. Habría que liquidarlos a todos los de ahí”. Ángel Santos Villagrán sintió un estrépito dentro suyo apenas escuchó la conversación entre dos mujeres, a una mesa de distancia, en un bar céntrico. Villagrán, que vive desde hace casi 50 años en esa barriada, las encaró: “señora, lo que usted acaba de decir no está correcto. Soy de La Costanera y vivo ahí hace más de 40 años, no hable así porque hay excelentes personas”. Don “Villa”, como lo llaman en el barrio, cuenta esa anécdota antes de relatar la historia de una de las villas de San Miguel de Tucumán donde el narcotráfico más daño produce, y de cómo la lucha y el esfuerzo de los vecinos lograron numerosas mejoras, entre ellas, el inicio de la construcción de un Centro Local de Prevención de las Adicciones (Cepla).
Villagrán trabaja en su taller de carpintería, en una calle interna paralela a la avenida Gobernador del Campo al 1500. Se desenvuelve con parsimonia. En la esquina, la agencia de Quiniela despacha clientes con velocidad. “A ver si diosito se la juega una vez por nosotros”, bisbisea para si una vecina. Don “Villa” se presta para la entrevista en su casa, a dos cuadras del taller. Mientras juega con su llavero, cuenta los inicios del barrio, desde un descampado con pocas casas en los 60 hasta la barriada populosa de hoy, con más de 6.000 vecinos. Evita referirse al paco (residuo de la pasta base) por su nombre y, al igual que el narcotráfico, lo alude como “eso”: el consumo y la venta de “eso”.
La familia Villagrán, de 11 hermanos, se instaló en La Costanera en 1962. Venían desde el barrio La Milagrosa, en Banda del Río Salí. “Esto era todo quinta. Había unas cinco o 10 casitas a la orilla del río. Tenía 17 cuando llegué para acá, de oficio carpintero y lutier. Antes era hermoso vivir aquí, porque no había problemas como los de ahora. Éramos pocos, algunos muy carenciados. Nosotros hacíamos los ataúdes a la gente del barrio cuando un chico fallecía. Habré armado unos 25, porque las familias no tenían para pagar uno”, empieza el relato.
Su padre compró un lote y construyó la casa. A partir de entonces, la población fue en aumento en dos oleadas: el cierre de los Ingenios en 1966 y la crisis económica en los 80. “En esos años comenzó a llenarse de gente este lugar. Como éramos tantos, con los muchachos hemos trabajado en los pedidos de apertura de calles, la delimitación de los espacios y logramos instalar agua, aunque era muy precario todo”, indica, con un ademán. Las diferentes crisis económicas inauguraron las oleadas de nuevos vecinos, motivados por la posibilidad de encontrar un sitio para instalarse en la ciudad. “Acá todos se hicieron pintores, albañiles, soldadores, herreros, pintores…”, agrega. “Ahí comenzó la aglomeración y ahora somos más de 6.200 habitantes, según el censo del Promeba (Programa de Mejoramiento Barrial). Después de tanto tiempo no teníamos CAPS y ahora tenemos. No teníamos escuela y ahora hasta están construyendo la secundaria. Hace ocho años hicimos el proyecto para la primaria que está ahora, gracias a Dios se la construyó, para que los chicos del barrio no tengan que trasladarse”, dijo. Villagrán, junto a muchos vecinos, fue uno de los artífices de gran parte de las mejoras del barrio, gracias a la insistencia en los ministerios: desde el título de propiedad del terreno a la instalación de agua, gas, cloacas, iluminación y hasta establecimientos educativos.
30 años sin mejoras
El trabajo de gestores de muchos vecinos inició en los 90, cuando la familia de don “Villa” llevaba casi 30 años en la zona. “Cuando salió la ley Pierri, se me ocurre la loca idea de hacer un expediente”, cuenta el carpintero. Se refiere a la ley de escrituras 24.374, sancionada en 1994 por el proyecto del empresario y diputado menemista, Alberto Pierri, que adjudicaba títulos de propiedad a quienes habían mantenido la ocupación de un terreno para vivir, por más de tres años. Esa fue la motivación en La Costanera.
“Eran 208 los lotes que iniciamos el trámite en la Unidad Ejecutora. Finalmente el gobierno accedió y ahí comenzó una lucha tremenda para lograr las escrituras. En 1994 empezamos la presentación. En 1996 me amenazaron para que deje de hacer los papeles, y me voltearon la puerta de mi casa a balazos”. Recién en 1999 recibió la constancia de tenencia precaria. “Ésto (muestra la escritura) le salió a cada vecino hasta finalizar la escritura”. Seis años de trámites en una primera tanda para que más de 200 familias obtengan la escritura de los terrenos donde se ubicaban sus hogares. “El paco comenzó a venderse en 2005”, suelta, deteniendo el relato un instante. No hablaría de la situación del narcotráfico hasta terminar el hilo de gestiones barriales.
Como no había primaria, en 2007 presentaron un proyecto para la construcción de la escuela. Los niños tenían que ir hasta la escuela que funcionaba bajo las tribunas del autódromo o hasta la escuela Bernabé Aráoz, en la avenida del mismo nombre. “Ahora los papás pueden ver si sus hijos están o no en clases”, se sonríe.
Se une en 2008 a la mesa de gestión barrial, que junto a la ayuda de la fundación Alborada trabajaron con profesionales dentro del programa Promeba. “Al principio la gente estaba muy descreída porque pensaban que eran políticos, no profesionales en lo suyo. Hace casi medio siglo que venían todos los políticos con propuestas para hacer pavimento, cloacas e infraestructura, pero nunca se hizo nada. A los arquitectos e ingenieros que vinieron los acompañé en las recorridas para censar y mensurar todo el barrio, porque conozco a mucha gente, sobre todo los que viven en la ribera del río. Gracias a Dios se está trabajando en las obras y hay gas, agua y cloacas. Luego vendrá el pavimento”, dice esperanzado mientras mira hacia la calle, donde todavía se nota la huella de las máquinas.
La primaria construida no conformó a los vecinos, que presentaron un proyecto hace dos años para otro sueño: un secundario. Hasta ahora, los adolescentes se trasladan hasta una escuela en el barrio Juan XIII. “Parece que hubo un poco de resistencia con la idea, pero expliqué que los chicos tienen que estudiar en su barrio. Finalmente en el ministerio de Educación accedieron con el proyecto y a los cinco meses me invitaron al acto de apertura de sobres con la licitación de la obra. ¿Sabés lo que significa tener dos escuelas acá?”. El secundario está en la última etapa de construcción, en un terreno que era usado como cancha de fútbol en el barrio El Trébol (entre Costanera Norte y Costanera Sur).
La última gran gestión vecinal fue para la construcción de un centro que brinde algún tipo de respuesta a los adictos. “Hace un año y medio trabajamos en un proyecto para la construcción del Centro de Prevención Local en Adicciones (Cepla). Cuando asumió el padre (Juan Carlos) Molina al frente de la Sedronar, el primer lugar que visitó fue La Costanera. Al final por tanta burocracia se demoró la construcción del Cepla que hasta el padre Molina fue removido. Gracias a la tenacidad de tanta gente del barrio, del grupo Ganas de Vivir y de los psicólogos sociales que vienen a trabajar acá se está llevando a cabo”, comenta emocionado. “Acá hace falta prevención y asistencia, porque el chico enfermo necesita asistencia. Estamos en esa lucha, para que podamos salir adelante”.
“Nada creció en este barrio como la venta de paco”
La presencia del paco y del narcotráfico en La Costanera perturba a Villagrán. “Eso empezó aquí hace 10 años y no paró de crecer. Nada creció en este barrio como la venta de paco. Desde el año pasado hasta ahora se han duplicado los puntos de venta. Detienen al dealer y después empieza la esposa, un primo… Es muy duro”.
La responsabilidad, cuenta, es del Estado. “Una vez un funcionario, hace varios años me dijo que no era culpa suya si un chico consumía, pero le dije que él sí era culpable por el que vende”, suelta resignado. El barrio se ha convertido en una pasarela política, intensificada por las elecciones provinciales. “Ahora todos hicieron una caminata y dicen que aman a La Costanera. Mentira, quieren sacar votos. Hubieran venido antes a demostrar que la querían, traigan recursos, ayuden a mejorar la forma en que vive tanta gente. Acá todos queremos ganar lo nuestro con sudor. Espero que de los 25.000 candidatos que decían que tenían la solución al narcotráfico, el que salga (electo) cumpla”. Como a tantos vecinos, la falta de una política frente al narcotráfico le preocupa, así como que mucha gente piense que la problemática del consumo esté relacionada sólo a las villas, cuando está presente en todos los niveles y clases sociales. “Nuestra lucha es no quedarnos, para apurar al Estado en lo que es su obligación: darnos soluciones”, reitera.
¿Qué es el paco?, se le consulta. “Es la miseria de la gente que vive en la miseria. Eso es lo que aumentó y lo que hace que La Costanera sea noticia siempre por tragedias. Los chicos fueron absorbidos por el narcotráfico y por la droga. Nos dio esta fama. Es muy triste, de cada 10 chicos de acá, te diría que sólo tres no probaron esa cosa. Acá madre y padre salieron a buscar trabajo, lo que sea, y cuando los chicos quedaban solos el paco los absorbió. Hay muchos chicos qe fueron llevados a centros de rehabilitación, pero si el paciente vuelve al barrio y acá la situación es igual, volverá a enfermarse. Por eso muchos vuelven a caer o se suicidan”, respondió, haciendo énfasis en los siete chicos se suicidaron en el último mes.
Lo que le molesta a don “Villa”, es que no se destinen los fondos necesarios para aumentar el número de profesionales que trabajan en diferentes dispositivos de salud en la zona. “El modelo de trabajo con los psicólogos se está replicando en otros grupos, y hay un avance con dispositivos de prevención y reducción de daños. El problema es que el narcotráfico avanza mucho más rápido. Faltan más recursos y medios. Es difícil, te sentís impotente porque faltan recursos para solucionar el problema de una familia y ves que el Gobierno tiene dinero para gastar en cosas que no tienen sentido en comparación a las necesidades de los chicos. Por eso los chicos tienen que andar como andan en las calles, consumiendo y comiendo de la basura”, se explaya.
Comenta que el pedido más reciente es por una ambulancia con presencia las 24 horas en el caps, porque “una enfermedad no espera turnos ni horarios”. “Ahí está de nuevo el tema dinero. Si hace falta, compraremos nosotros la ambulancia, para que el personal del Caps, que son excelentes profesionales, puedan brindar una mejor atención. Cuando empezó el pedido para el Cepla, nos pusieron la traba monetaria. Pero se construyó una cancha de hockey que costó $23 millones, acá nomás en el Parque 9 de Julio. Claro, los chicos de La Costanera no van a jugar ahí, del Juan XIII tampoco. ¿Cuántas veces hemos pedido que acá se haga un complejo o una cancha para los chicos de acá? Pasa lo mismo que cuando se pide trabajo: si sos de La Cotanera, no”, reclama.
¿Qué es lo que le duele de la realidad del barrio?, se le pregunta. Villagrán suspira una pausa antes de apuntar al daño del narcotráfico y a la cruda realidad de las “piperas” (como llaman a los adictos en una etapa muy activa de consumo de paco): grupos de mujeres jóvenes, muchas con hijos pequeños, que se prostituyen para poder seguir consumiendo. “Las ‘piperas’ te duelen. Son las chicas que viven abajo del puente Barrios y debajo de los puentes de la autopista. Los chicos que comen basura atrás del Mercofrut, porque tienen hambre y no tienen qué comer. Te da impotencia. Nosotros no podemos hacer mucho por ellos. Los políticos deberían ver eso, visitarlos y decirles, mirando a sus ojos, que van a resolver sus problemas. Te duele ver familias descalzas, con toda la contaminación que hay: el agua absorbe la materia fecal de los chanchos, de los caballos, de las gallinas, de los pañales y el chico pisa ahí. Duele que la pobreza aumente cuando tenemos un país en el que se dice que se produce para alimentar cuatro países más. Y acá la gente tiene hambre”.
A pesar del trabajo de diferentes actores, como el padre Melitón Chávez y el trabajo en las fazendas, de la Cruz Roja, de los psicólogos y funcionarios del ministerio de Desarrollo Social, el problema es la proliferación de los puntos de venta. “Es tremendo como circula eso, da miedo, sobre todo porque venden muy cerca del futuro secundario. Si la droga ya entró a la primaria, cómo no va a entrar al secundario. Es triste. Sólo falta que los chicos consuman dentro del vientre de la mama (sic). Muchos empiezan con eso porque tienen hambre. Piensan que dejan un peligro y entran en otro. No me olvidaré nunca de la imagen de un chico que se suicidó, cerca del río. El muchacho se había rehabilitado, regresó a su casa y volvió a caer y no pudo levantarse. Cayó en eso y se suicidó”, cuenta sin esquivar la mirada.
Villagrán no negocia el orgullo por el barrio en el que vive, ni todas las conquistas de los vecinos, fruto del esfuerzo. Por eso no duda cuando se le consulta qué haría si se encuentra nuevamente con una situación similar a la que le sucedió en un bar, hace algunos años: “lo invitaría aquí, al barrio y lo acompañaría, para que vea con sus propios ojos la realidad de los que vivimos aquí. Que vea el sufrimiento y las luchas, para que aprenda a no juzgar sin conocer”, sentencia.